27/8/16

Gibara. Pescadores y algo más.
Por Rafael Ramón Bauza Diez
Aquí en Gibara donde nací y he vivido por más de 55 años no me deja de maravillar la naturaleza de su gente. No crean que no he visto el mundo y alguna de sus  cosas, tal vez no tanto como otros, pero si estoy seguro que un poquito más de lo que es normal por acá, y  aunque mi Cuba tiene lugares hermosísimos y hermosa gente desde el  Faro de Punta Maisí al de  Cabo San Antonio a cuyos torreros saludaba con alegría  por la radio- fonía en mis años más juveniles de marino, en  bojeos al Caimán  a bordo de la Motonave Isla de la Juventud, he de reconocer  que nunca he podido ser imparcial en asuntos  que relacionen a mi Villa.
Y es que Gibara y mis compatriotas atesoran  un encanto especial, que me ha prendado para siempre y no me ha dejado salir del lugar. Creo que tal vez nace de su primigenia condición de sitio de encuentro de las dos culturas, al primer  roce mágico  de sus naos en  tierra de Carenero -decidido por Cristóbal Colón-, más extasiado por la  belleza del paraje, que preocupado por la seguridad. O tal vez por la bendición de una naturaleza exuberante y única, que promovió esa famosa frase de:   ¨ Cuba es la tierra mas fermosa….¨.
Uno de los encantos que me cautivan de este lugar es la predisposición natural de la gente al Arte de Pescar.
Desde los tiempos  remotos, la prolifera diversidad biológica  de sus costas, tiene que haber sido fuente invaluable de alimentos al poblador originario.
En la bahía de Gibara afluyen dos pequeños Rios: Cacoyoguin, remontado por los descubridores hasta una aldea Taina que evidencias arqueológicas ubican en un abra cerca de una zona llamada El Catuco y el actualmente nombrado Rio Gibara.
La relativa poca distancia entre ambos  y la forma de sus desembocaduras  motivó a Colón a nombrar a la recién visitada región como Rio de Mares.  Aquí conocieron por primera vez a un nativo humeando por sus orificios nasales degustando la luego difundida y dañina hoja del tabaco.
En esa disposición de ríos,  sus desembocaduras y humedales hallan fértil protección miles de especies de peces y crustáceos que han signado la vida y tradición del poblador.
Puedo mencionar algunos tan exóticos y caros como la Angula, alevín de una especie de  Anguila que viaja por el Océano Atlántico  desde el Mar Rojo al interior del Rio Cacoyoguin, a crecer. U otro tan común como la Coquina, bivalvo muy abundante en la Costa de Las Balsas, alimento de la gente sencilla,  pasando por cientos de especies muy apreciadas  que incluyen tres tipos de camarón (peludo, blanco y saltarín), ostras, ostiones, lisas, robalos, mojarras, cuberetas, sardinas, sables, biajacas, sábalos, etc.,  En sus humedales el cangrejo Blanco y Moruno, alimento preciado por los más humildes de antaño y manjar hoy de mesas pudientes.
Ayuda invaluable al Gibareño que en periodos de más aguda carestía ha tenido en sus costas una esperanza de sostén, conformadora de una personalidad aventurera y audaz capaz de encontrar en lo incontrable, medios de subsistencia, cada niño de esta Villa aprende a pescar, junto que a leer  y se extasía con las mágicas historias de pesca de sus mayores. Yo soy uno de ellos y aquí me tienen. Anclado.
Y porque me gusta compartir invito a todos a conocer esta Octava Maravilla.

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