Gibara. Pescadores y algo más.
Por Rafael Ramón Bauza Diez
Aquí en Gibara donde nací y he vivido por más de 55 años no
me deja de maravillar la naturaleza de su gente. No crean que no he visto el
mundo y alguna de sus cosas, tal vez no
tanto como otros, pero si estoy seguro que un poquito más de lo que es normal
por acá, y aunque mi Cuba tiene lugares
hermosísimos y hermosa gente desde el Faro de Punta Maisí al de Cabo San Antonio a cuyos torreros saludaba
con alegría por la radio- fonía en mis
años más juveniles de marino, en bojeos
al Caimán a bordo de la Motonave Isla de
la Juventud, he de reconocer que nunca
he podido ser imparcial en asuntos que
relacionen a mi Villa.
Y es que Gibara y mis compatriotas atesoran un encanto especial, que me ha prendado para
siempre y no me ha dejado salir del lugar. Creo que tal vez nace de su
primigenia condición de sitio de encuentro de las dos culturas, al primer roce mágico
de sus naos en tierra de Carenero
-decidido por Cristóbal Colón-, más extasiado por la belleza del paraje, que preocupado por la
seguridad. O tal vez por la bendición de una naturaleza exuberante y única, que
promovió esa famosa frase de: ¨ Cuba es
la tierra mas fermosa….¨.
Uno de los encantos que me cautivan de este lugar es la
predisposición natural de la gente al Arte de Pescar.
Desde los tiempos
remotos, la prolifera diversidad biológica de sus costas, tiene que haber sido fuente
invaluable de alimentos al poblador originario.
En la bahía de Gibara afluyen dos pequeños Rios: Cacoyoguin,
remontado por los descubridores hasta una aldea Taina que evidencias
arqueológicas ubican en un abra cerca de una zona llamada El Catuco y el
actualmente nombrado Rio Gibara.
La relativa poca distancia entre ambos y la forma de sus desembocaduras motivó a Colón a nombrar a la recién visitada
región como Rio de Mares. Aquí
conocieron por primera vez a un nativo humeando por sus orificios nasales
degustando la luego difundida y dañina hoja del tabaco.
En esa disposición de ríos, sus desembocaduras y humedales hallan fértil
protección miles de especies de peces y crustáceos que han signado la vida y
tradición del poblador.
Puedo mencionar algunos tan exóticos y caros como la Angula,
alevín de una especie de Anguila que
viaja por el Océano Atlántico desde el
Mar Rojo al interior del Rio Cacoyoguin, a crecer. U otro tan común como la
Coquina, bivalvo muy abundante en la Costa de Las Balsas, alimento de la gente
sencilla, pasando por cientos de
especies muy apreciadas que incluyen
tres tipos de camarón (peludo, blanco y saltarín), ostras, ostiones, lisas,
robalos, mojarras, cuberetas, sardinas, sables, biajacas, sábalos, etc., En sus humedales el cangrejo Blanco y Moruno,
alimento preciado por los más humildes de antaño y manjar hoy de mesas pudientes.
Ayuda invaluable al Gibareño que en periodos de más aguda
carestía ha tenido en sus costas una esperanza de sostén, conformadora de una
personalidad aventurera y audaz capaz de encontrar en lo incontrable, medios de
subsistencia, cada niño de esta Villa aprende a pescar, junto que a leer y se extasía con las mágicas historias de
pesca de sus mayores. Yo soy uno de ellos y aquí me tienen. Anclado.
Y porque me gusta compartir invito a todos a conocer esta
Octava Maravilla.
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