7/6/19



Río Los Palacios, dice que se llama el curso fluvial acerca del que trata este artículo el autorizado Diccionario Geográfico de Cuba (2000) *. Personalmente le conocí como el Carraguao hace bastante más de diez años, cuando nos acercábamos a aquella orilla de mangles vigorosos a  averiguar la picada del patao durante la luna llena invernal, usando el bivalvo que nos presentaron como escaramujo y así lo nombrábamos hasta que en el artículo del ganador del Concurso de texto informativo y literario CUBANOS DE PESCA ** celebrado en 2017 nos mostró el nombre que le daban en la región central del país a ese molusco: baya ***.
Rolando Rodríguez, pescador aficionado de la localidad de Entronque de San Diego, en la provincia de Pinar del Río, conoció el blog hace poco tiempo y preguntó al editor si podía enviar sus propios escritos. Por supuesto que todos pueden hacerlo. CUBANOS DE PESCA existe precisamente para intercambiar información acerca de este tema y promover el diálogo entre aficionados. A todos nos interesa aprender y cada uno de nosotros sabe que en pesca recreativa no abundan los sabios: quien mucho supone que conoce es probable que se asombre de lo diferentes que son sus experiencias respecto a aquellas que exhibe un  colega a no muchos kilómetros de distancia. Y no es misterio: las interacciones en el medio natural dependen de un elevado número de factores y basta que alguno o unos pocos  de estos sean diferentes entre una boca de río y la que le sigue, para que lo que bien conoce el del oeste le desconcierte el día de pesca cuando se vaya con sus aparejos al del este.
La historia que Rolando nos ofrece vale enteramente por un estudio muy detallado de las pesquerías típicas en una localidad, la suya. Tan detallada descripción de las prácticas de los aficionados a la pesca en el sur de la occidental provincia pinareña debería ser tomado por nosotros como un método práctico y sistemático de representar las características de una zona desde el punto de vista de los intereses de los aficionados a las pesquerías recreativas. Los usos locales, la diversidad de procedimientos, la caracterización del paisaje, las especies y el modo en que se manifiestan, además de amenos señalamientos del entorno resultan un enfoque privilegiado, de interés como lectura y valor como información objetiva. Muy útil lección para sabios y decisores, como suele decirse de los que ejercen mando sobre distintos asuntos, incluido este de la pesca recreativa. Aprendamos, pues. (El Editor)

* Sin embargo, reconoce esta obra la Punta de Carraguao: “Costa sur de la isla de Cuba, 28 km al SSE del pueblo de Los Palacios, en los 22º20’ lat. N y los 83º12? loong. O, mun. de Los Palacios, PR. Costa cubierta de vegetación” (p. 67).
* La década del sitio CUBANOS DE PESCA en internet (2007-2917)
https://drive.google.com/file/d/0B9Fj--6gEwG0dGpRNFNJbDNlQjg/view.
** Alexis Medina (Camagüey): DE LA PESCA DEL PATAO CON BAYAS EN ESMERALDA Y OTROS TEMAS.


CARRAGUAO
Parte primera
Por Rolando Rodríguez (Texto y Fotos)

Son las 3:30 am y el reloj no para de sonar. Parece fue hace 10 minutos que me acosté.
Me levanto medio sonámbulo, preparo la cafetera y la pongo al fogón, mientras, me visto, acordono fuerte mis botas de cuero, voy al baño y para cuando salgo ya hierve el café. Me preparo una taza y el resto lo vierto en mi pomito plástico color ámbar, lo cierro bien y lo meto en la mochila negra. También pongo en la mochila un pomo de agua,  dos panes con jamón y unas galletas dulces. Meto un vaso de leche en el microwave y espero que termine de calentarlo. Tan pronto pita lo saco, lo endulzo, le hecho una pizca de chocolate y me lo engullo en un santiamén junto a un trozo de pan. Eso y lo que va en la mochila será mi alimento para todo el día.
A la misma mochila va a parar un bolso con los avíos de pesca, que contiene tres carretes calibres 10, 15 y 20 libras, dos pomitos plásticos, uno con anzuelos  y otro con plomadas y, finalmente, un frasco de "Lo maté" pues nunca se sabe cómo estará la plaga.
Tampoco puede faltar en esa mochila el envase plástico de un galón picado a dos tercios de altura donde va la carnada y que para hoy es una buena provisión de calandracas que extraje en mi propio patio desde la tarde anterior. Cubro el recipiente con un trozo de tela de mosquitero y ato sus extremos de forma que si se vira la mochila no se esparramen las calandracas por toda ella. Compruebo que esté todo y la cierro. En ocasiones cómo las de hoy, llevo una segunda mochila: mi mochila roja. Compruebo que contenga lo que tiene que tener: mi cámara de tamaño 11'000 (o neumático si lo prefieren) desinflada, bien doblada y amarrada con una liga, el "culero" ― o sea, el asiento― y el morral para los peces. Pasado el chequeo la cierro y, para terminar, le ato fuertemente por fuera las patas de rana.

Ya son las cuatro y media, hora de salir a la carretera a esperar el transporte que nos conducirá hasta el lugar de pesca  y que normalmente pasa entre las 4:45 - 5:00 am. En la temporada pasada el transporte fue el camión "gasito" de Managua, un tipo bonachón y fan de la pesca, pero este año le hizo una reparación y lo pintó, cosa que le costó algunos cucusitos (diminutivo de CUC, la moneda convertible cubana) y no quiso en esta temporada meterlo para la costa. “Yo hiciera lo mismo”, pienso para mis adentros, mientras sigo esperando el transporte. Para esta temporada contamos con un tractor, el tractor del "Ñato", otro socio del grupo de pesquerías y que logró armarlo desde cero.
Por supuesto que el viaje no es gratis; a mí, que soy de Entronque de San Diego, me sale en $30 moneda nacional, a los de San Diego, un pueblito colonial y limpio (para los estándares de Cuba) distante a unos 15 km de mi localidad,  les cuesta 50, y a 25 le sale a la gente de Paso Quemado, otro pueblo conformado por unos veinte y pico de edificios y habitado mayormente por personas a los que el gobierno mudó cuando construyó la presa " La Juventud". Con el monto recolectado el chofer recupera el gasto del combustible y le quedan unos quilos. Somos un grupo de 12 a 20 aficionados a la pesca que año tras año, entre los meses de noviembre y marzo, nos vamos un día a la semana a practicar nuestro hobby. El destino siempre es el mismo: Carraguao.
La distancia entre mi casa y el lugar de pesca es de unos 30 km y en tractor el viaje durará poco menos de dos horas Para las cinco y media ya vamos en la carreta. En Paso Quemado recogemos a los últimos miembros, cruzamos la autopista nacional, atravesamos Paso Real de San Diego, cruzamos la línea del tren al final de ese pueblo y continuamos dando rueda buscando el sur. Hasta el final de la zigzagueante carretera quedan unos 15 km. A ambos lados abundan  los campos de arroz cultivados por particulares.
Aún oscuro pasamos por frente al molino arrocero de Cubanacán. Su nombre no tiene nada que ver con la famosa corporación turística, de hecho ya estaba ahí mucho antes de que esta existiera, porque así se llamaba el antiguo batey donde está emplazado el molino. El molino marca el fin de la carretera, ahora empiezan 45 minutos de un recto terraplén al sur y que gracias a dios siempre está en buen estado. Paralelos a la vía, uno a cada lado, hay un par de amplios y extensos canales de riego para el arroz, tan extensos como los vastos campos de cultivo que se extienden más allá de donde alcanza la vista.
¡Al fin una curva! Llegamos al lugar nombrado "El 13". Desconozco si se llama así por el número del lote que colinda con el terraplén, o porque es el km 13 a partir de no sé dónde. A partir de aquí se nota que nos vamos acercarnos a la costa, ya se dejan de ver las arroceras y empieza a observarse el marabú a ambos lados mientras el terraplén, bueno aún, se hace más estrecho. Seis y cuarto y llegamos al puesto de la Forestal. Aquí dejamos seguir el dichoso terraplén que no termina hasta la playa Dayaniguas, unos cinco kilómetros más abajo, en el mismo centro del perímetro interior de la ensenada que le da nombre al caserío. Nuestro destino es el extremo izquierdo de dicha ensenada, conocido como Punta de Carraguao.
De este punto en que estamos, hasta el lugar donde termina el viaje quedan todavía siete kilómetros, que se convierten en 35 minutos de un tortuoso camino. El primer par de kilómetros es por entre campos de pinos y eucaliptos sembrados por la empresa forestal. Según se avanza  el marabú se hace más profuso, tanto, que el lugar al que estamos llegando ahora  se le dice "El túnel" debido a que en los próximos 2 km el camino, junto con el tractor, es tragado literalmente por el marabuzal, a derecha e izquierda la vista no sobrepasa los 15 - 20 metros, más allá el muro del  marabú es infranqueable hasta para los ojos, por encima de nosotros los gajos de la espinosa planta van siendo apartados por el tractor, mientras que en la carreta nos agachamos para no ser golpeados por las ramas que cuelgan de arriba.
Lentamente, entre baches y huecos, curvas y promontorios, frenazos y acelerones, marabú y polvo, y la oscuridad y claridad, el vehículo continúa su avance. Al menos ya se va acabando el marabú, abundan en este tramo el guano espinoso y la yaya. Dentro la carreta ya se ven las caras de la gente. El silencio predominante desde hace un rato va cambiando, primero uno que otro murmullo, y después a risas, cuentos y bromas. En la parte de alante, Pablo, con tono jodedor y hablando alto cómo para que todos se enteren, se burla de susto que se llevó Guillermo el año pasado con un caimán. Cuenta él que Guille estaba sentadito cómodamente, pescando pataos cómo siempre, en el extremo de un mangle pronunciado unos cinco o seis metros sobre el rio, cuando a mitad del cauce ve a un caimán y empieza a gritarle para azorarlo, pero la bestia en vez de zambuirse y perderse, viró hacia el Guille y moviendo la cola alegremente, igual que un perrito, vino hasta donde él estaba y se quedó reposando justo encima de la rama del frondoso mangle que ya Guillermo había abandonado mientras le gritaba oprobios desde la orilla. Mientras unos se ríen, otros celebran la anécdota con un sorbito de café y un cigarro los que fuman.
Ya casi llegamos. Amaneció. El lugar en que estamos se nombra "El rincón del guevú" * y es el destino final del viaje. Es un arenazo del tamaño de un campo béisbol rodeado por una cortina de verde mangle de 6 metros de altura. 200 metros más allá del manglar y bordeándolo está el rio Carraguao al cual le falta aún más de un kilómetro para desembocar en la mencionada Punta de Carraguao. La gente se anima, unos recogen sus mochilas del piso de la carreta y otros sus "jolongos", para tan pronto se detenga el tractor, lanzarse contra el manglar en una carrera de doscientos metros con obstáculos.
* Sic. La voz culta parece que es “huevudo”, pero no por fina es correcta: El lugar se llama El Guevú, como dice el cronista.

Somos tres tipos de pescadores, los sabaleros, los pataeros y los lebrineros-camareros. Los sabaleros pescan de la orilla con betas de más de 100 libras de resistencia, dedican todo el día a la pesca del sábalo; la carnada que utilizan son trozos de claria y su técnica consiste en engoar primero con varias libras de claria bien troceadas lanzándolas a mano lo más cercano al centro del rio que les sea posible, para posteriormente fondear una o dos betas de calibre descomunal y finalmente, con otra beta de menor calibre " revolear" constantemente.  Este año se han ido en blanco toda la temporada, verdad que han perdido buenas picadas, pero ese pez ha picado poco este invierno. Quien único salvó la honra ha sido Rafael, un señor de Paso Quemado que a finales de diciembre sacó uno de 1.80 mts y alrededor de 100 libras.  Sin embargo, tres de ellos afirman, que en el mes de julio, en pleno verano, en un día sacaron 24 sabaletes de entre 20 y 30 libras.
Los pataeros pescan exclusivamente pataos, son los que generalmente realizan la pesca más numerosa. He visto que en un buen día, un pescador experto capture más de 200 ejemplares de alrededor de una libra en promedio. La carnada que usan es "escaramuja" y la extraen de la uña de mangle a orillas de rio. Con escaramuja he visto que también se les pega algún que otro lebrin e inclusive alguna cubereta. Su técnica consiste en buscar un mangle frondoso que se extienda sobre el rio, trepar a una rama que soporte el peso del pescador y esté a pocos centímetros de la superficie y sentados hacer los lances. Para ello utilizan una línea de nylon de 8 a 10 libras de resistencia, sin plomo y con un anzuelo pequeño, al que le clavan la escaramuja no sin antes reventarla con los dedos. Cada 15, 20 o 30 minutos, en dependencia de cómo esté la picada hay que escaramujear, o sea romper con la mano puñados de escaramuja y dejarlos caer al agua a fin de tener al peje engoado. El patao, al menos con escaramuja, no pica cómo la mayoría de los peces, lo que hacen es chuparla, por lo que se requiere práctica para notar cuando te pican y cobrarlos. El nailon se deja caer lenta y verticalmente hasta aproximadamente dos cuartas del fondo que puede alcanzar, a 2 metros de la orilla, los 5 - 6 metros de profundidad. A cada tanto, si no ha picado, se da un tironcito a la línea para provocarlos.
El último grupo, que es al que pertenezco, es el los camareros - lebrineros. Esta pesca se hace en cámara, es decir, un neumático inflado. La carnada suele ser calandracas, lombrices de tierra, camarones de rio e incluso trozos pequeños de pescado fileteado. La mayoría de las capturas son lebrines, que en otras partes llaman tilapias, aunque también se pegan chopas, cuberetas, mojarras y picudillas. La pesca consiste en hacer lances hacia la orilla que puede estar de  seis a ocho metros de la cámara, buscando siempre que el anzuelo caiga lo más cerca posible de la orilla. Los lebrines más grandes que he capturado han pesado 4 libras aunque normalmente la mayoría ronda una sola. Pescadores submarinos me aseguran que han capturado ejemplares de 6 libras.
Por fin el tractor se estaciona a unos 40 metros del manglar, justo frente a un trillo que lo atraviesa y termina en el borde del rio. El primer grupo, los furiosos, ya avanzan por el trillo, otros cogen un diez y se preparan para entrarle, y un tercero, los camareros desenfundamos los artefactos y hacemos cola para inflarlos con el compresor del tractor.
Con el neumático al frente y las mochilas a la espalda camino por el trillo por dentro del tupido manglar. Doscientos metros tortuosos, charcos fangosos en que te hundes hasta la rodilla, ramas que se enredan con la cámara, troncos atravesados que a veces hay que bordear y otras saltar.  Cojo un respiro a mediación y me doy ánimo diciendo que ya casi llego. Continúo la lenta marcha y a medida que me acerco al rio el terreno es más seco y el manglar más alto y menos tupido. Ya veo el rio, ya veo el alto, el lugar por donde prefieren entrar al agua los camareros. Unos ya están dentro, otros a punto de entrar,  y un último grupo, rezagado,  de los que oigo su voz dentro del manglar.
Tiro la cámara al suelo, me quito las mochilas y empiezo a prepararme. Observo el rio, reparo en sus cuarenta y pico de metros de ancho en este tramo. Aún humea con la frialdad de la mañana. Hay vaciante: bueno para el lebrin y malo para el patao, pienso para mí. Rio abajo se ven aguajear  como de costumbre a esta hora los sábalos.
Tanto el jamo cómo el recipiente con la carnada los amarro a la cámara por la parte de la derecha, el bolsito con los avíos de pesca me lo cruzo diagonalmente por sobre el hombro izquierdo, en él van, además de los avíos, el pomo de agua, el café y la merienda. Me quito las botas, las meto en una jaba plástica y amarro un asa contra la otra. Las coloco dentro de la mochila roja, que a su vez meto dentro de la mochila negra y esta a su vez, con una liga, es amarrada a la parte trasera de la cámara. Echo la cámara al agua, ajusto bien el cuchillo con su vaina a la cintura, tomo las patas de rana y, con el agua a la rodilla, me siento dentro de la cámara, me pongo primero la izquierda y después la derecha y !A pescar!

Carraguao y San Diego son los dos ríos que desembocan en la ensenada de Dayaniguas, el primero por el extremo izquierdo y el otro por el lado contrario. El Carraguao, protagonista de este relato, termina en Punta Carraguao o cómo se conoce entre la gente del giro: El Bajo. Le dicen así porque en la desembocadura el rio arroja todos los sedimentos que arrastra formando una extensa área del varios kilómetros cuadrados donde la profundidad del agua apenas llega a la cintura de un hombre, dejando apenas un canalizo algo profundo y ancho por la parte derecha, donde la corriente es más fuerte y transitan las lanchas cuando van o regresan del rio.
El rio es navegable varios kilómetros aguas arriba. En época de la colonia y un poco más acá entraban barcazas en las que se cargaban para La Habana maderas, carbón vegetal, azúcar y tasajo. A unos tres kilómetros rio arriba y por el lado de la derecha viniendo del mar existen todavía rastros del antiguo embarcadero, en este lugar se hacía el trasbordo de las cargas y había una bodega propiedad de un gallego y en él las embarcaciones, además de la carga acostumbrada, se aprovisionaban de agua potable y alcohol. Subiendo el cauce, el lado izquierdo es más profundo. El derecho, más fangoso. La vegetación a ambos lados es alta y tupida desde el mismo borde, protegiendo a los pescadores del viento, y de las mareas los días de mal tiempo.

Los camareros nos separamos en dos grupos, los que pescan en el rio y los que van a hacer pesca al bajo, que comienza justamente en la desembocadura. Yo pertenezco a este último. De donde me trepé a la cámara hasta la desembocadura hay mil doscientos metros, tramo que, con la corriente a favor, se hacen en cuarenta minutos sin mucho esfuerzo. Mientras se avanza en la cámara por el centro de rio, vemos los dispersos pataeros trepados hace rato en las ramas de mangle que se pronuncian sobre el rio. Uno de ellos me pide que le alcance unos gajos con escaramuja. Sin mucho esfuerzo me acerco a la orilla, corto un par de gajos bastantes copados y se los alcanzo en sus manos mientras aprovecho para encender un cigarro y darme un traguito de café.
Los cuatro camareros que avanzamos de espalda rio abajo no llevamos apuro, sabemos que el lebrin no picará hasta que el sol caliente un poco. Tampoco hacemos lances en este tramo, simplemente hablamos de cualquier cosa y bromeamos con los pescadores conocidos que vamos descubriendo en la orilla diciéndoles o preguntándoles cualquier bobería: que “si tiene un poquito de almuerzo que el mío se me quedó”, que “si los pataos que tu cojas me los como yo con espinas” o que “cuidao con el caimán que está detrás de ti”.
Sí, hay caimanes en el rio, no muchos pero los hay. Parece fue tanta la depredación años atrás que evitan a las personas. Nunca persona alguna ha sido atacada. El único caso que he visto sucedió con un submarinista loco, que bajo una solapa hundida, y la escopeta ya casi sin aire, intentó capturar uno de tamaño respetable, la varilla rebotó en la piel del animal y al intentar este huir del lugar por la única vía posible, se encontró con el tipo, y con una de sus patas delanteras le causó varias heridas en la mano derecha. Lo gracioso del suceso ―si hubo algo gracioso― es que yo, que estaba relativamente cerca, al oír la gritería de la gente y acercarme al lugar, vi al tipo discutiendo, en la orilla, con dos de sus compañeros; estos intentaban quitarle la escopeta y él que no, que ese caimán era "hombre muerto" y que "lo que me hizo me lo tiene que pagar". Cuando volví a verlo a la hora de la salida ya el hombre tenía la mano cómo un jamón. Jamás lo he vuelto a ver.
Los camareros sabemos que hay que tomar precauciones. En este estero no es conveniente andar solo. Lo ideal es andar en parejas o tríos y hablar o cantar todo el tiempo para si por casualidad hubiese un caimán cerca  este abandone el lugar. Se han dado casos de camareros solitarios, que avanzando de espaldas y en silencio han tropezado con una bestia de estas en estado atontado y créanme que el susto es de infarto. Pero no sólo por los caimanes no se debe andar sin compañía. También se te puede reventar o rajar el neumático lejos de la orilla. Si andas con otro no hay problemas, amarras tus cosas a su cámara, te pasas para la otra y navegan hasta la orilla apropiada. Si vas sólo no queda otra que perderlo todo menos la vida, dejarlo todo y lanzarte ligero a nado a la orilla.
A los cuarenta minutos de travesía en cámara llegamos a "La combinación", lugar que marca el fin del rio. Esta “combinación” es un canal artificial que atraviesa el manglar de este a oeste de unos 15 metros de ancho, 2 de profundidad y 400 de largo hecho con dinamita por los gallegos a inicio del siglo anterior para acortar distancia en el trasiego, fundamentalmente de carbón vegetal, entre el caserío de Dayaniguas y los carboneros que vivían o trabajaban en la rivera de rio. A partir de ahí comienza el bajo. Por la derecha el manglar continúa recto hasta uno dos kilómetros más adelante, pero por la izquierda el mar se abre de a poco hasta llegar mar afuera.

Aquí empieza mi pesca.

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